No hay padres perfectos, lo que hay son ocasiones perfectas para aprender a ser padres
Creo que lo más difícil de la paternidad es que te confronta con las limitaciones que arrastras como ser humano. Alrededor del hecho de ser padre hay miles de lugares comunes que se venden en el mercado de las ideas preconcebidas y socialmente aceptadas, pero lo cierto, lo ineludible, es que ser un “padre ejemplar” es probablemente una de las misiones más difusas que uno pueda asumir, lo digo por el mero hecho de que los arquetipos suelen ser sospechosamente inhumanos y francamente poco creíbles. A ciencia cierta, cuando se aborda esta tarea titánica de ser papá, uno hace lo que puede con las herramientas que tiene a mano y queda en cada uno la responsabilidad de evolucionar.
Así pues, de entre todos los lugares comunes existentes, voy a darme el permiso de utilizar uno en el que sinceramente creo porque lo he vivido en carne propia, visceralmente si se quiere y metafísicamente si me lo aceptan: los hijos son una escuela.
Los hijos no solo son una escuela, son un internado; por eso, si quieres ir a esa escuela, es mejor que realmente lo desees con firmeza. Si está en tu corazón estar ahí con esos maestros que son los hijos tienes una enorme posibilidad de aprender de la vida. Ojo que digo esto no porque crea que sea el único método para crecer a nivel personal, pero sí que es cierto que los hijos te ayudan a ver con mucha claridad aquello de lo que adoleces, aquello que te hace falta para… “ser mejor persona”, si me permiten ese otro conocido lugar común.
Personalmente, en ese camino de ser padre (…y acá vienen las confidencias), he tenido que aprender que la ira es un reflejo de mis propios temores y lo más bonito es que estoy aprendiendo a controlarlos, y me siento más sereno y sé que esa serenidad es la que quiero que mi hija asocie conmigo y aprenda a utilizarla como una herramienta para su propia vida.
Por ejemplo, mi hija me ha enseñado que hace mucho tiempo había olvidado cómo jugar, al principio me costaba un mundo hacerlo, pero ahora estoy más suelto y debo confesar que me gusta. He aprendido de ella que la repetición no es monotonía sino la posibilidad de intentar ver lo nuevo en algo que ya creías conocido. Me ha mostrado que la ciencia del disfrute no es llegar a la meta sino saborear la carrera. Me ha mostrado que se aprende escuchando y rara vez hablando. Esas y muchas lecciones más las he aprendido de ella, estoy seguro de que cada padre tendrá sus propias lecciones personales.
Hay que dejarlo claro, la escuela de los hijos es laboriosa en tareas si realmente te comprometes con la única materia que debes cursar: educar a través del amor. Esta materia no se aprende, se experimenta; no se teoriza, se pone en práctica; no se racionaliza, se siente. A veces te equivocas, pero si sigues tu intuición como barómetro y te riges por el deseo legítimo de ser un buen padre es muy posible que vayas aprobando el curso. Nadie te certifica o valida como padre, pero sí que es cierto que las horas vuelo te ayudan a mejorar el desempeño, por eso, dedica tiempo a tus hijos y aprende junto a ellos en esta escuela de tiempo completo que tanto necesitamos para nuestra propia dicha y alegría.
– Julián Orozco Badilla, ejecutivo de prensa.-
Arturo Orias, diseñador, y su hija Sofía.
Gustavo Delgado, asesor de prensa, y su hija Sofía Helena.
Gary Alpízar, diseñador, y su hijo Facundo.
Julián Orozco, ejecutivo de prensa, y su hija Alana.
Comments