Crecer es inevitable y con el crecimiento viene el cambio. Ya no queremos lo mismo que queríamos unos años atrás, ¡qué va! Ni siquiera queremos lo mismo que queríamos hace un par de meses, o incluso días.
A medida que avanza nuestro camino, nos enfrentamos a nuevos retos, nuevas experiencias y maneras de apreciar la vida y lo que nos rodea. A su vez encontramos nuevas pasiones, descubrimos lo que nos gusta …y también lo que no apreciamos tanto.
El cambio es evolución, y evolucionar causa temor. En ocasiones enfrentarnos a la pérdida de ciertas comodidades, viejas costumbres o alejarnos de relaciones que hemos sostenido por años puede incomodarnos. Sin embargo, los cambios a los que nos enfrentamos con la evolución son los que nos permiten descubrir quiénes somos y quiénes queremos ser. El cambio conlleva reorganizar nuestras prioridades, nos enseña a dejar ir, a no apegarnos, y sobre todo, nos entrena en el arte de aprender a recibir con alegría o con aceptación aquello que viene.
Es prácticamente imposible dejar de sentir del todo el temor al cambio, porque incluso, sabiendo regular este miedo, es saludable convivir con ciertos momentos de tensión que nos ponen más alertas y atentos a lo que ya vino o está por llegar. Pero también es necesario empezar a ver el cambio con su perfil más bondadoso, ese que nos trae oportunidades y que nos brinda necesarios empujones que nos hacen explorar nuevos caminos y perspectivas. Entonces no es sólo que ya no queramos lo mismo, es que ya no necesitamos lo mismo. Y eso está bien.
Por último, recordemos que no sólo nosotros cambiamos, también nuestro planeta cuenta con nuevas necesidades y está en nosotros adaptarnos a ellas junto a él. Cuidar la biodiversidad, mejorar nuestros hábitos de consumo, manejar responsablemente nuestros residuos y crear conciencia acerca de la necesidad de estos cambios en nuestro estilo de vida, es el primer paso para una evolución exitosa.
Por Lucía Urbina Castro
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